sábado, 24 de septiembre de 2022

El ‘Asesino del parking’.

El ‘Asesino del parking’ que se ensañó con sus víctimas a martillazos.
Es llamativo el elevado número de golpes a nivel occipital producidos para no matar” lo que revela “un componente sádico por parte del homicida”. Así describieron los médicos forenses el comportamiento de Juan José Pérez Rangel, más conocido como el ‘Asesino del parking’, durante los crímenes. El joven, que mató a dos mujeres en un garaje del barrio del Putxet (Barcelona), alegó ante el tribunal ser “inocente”.

Rangel quería matar. Lo tenía decidido. Incluso elaboró una insólita coartada acudiendo a una agencia matrimonial en busca de novia y una vez concertada la cita con la muchacha en cuestión, hizo que cuadrasen sus encuentros con los asesinatos. Era su forma de despistar a los investigadores. Pero se olvidó de algo: cualquier detalle por pequeño que sea puede ser clave para buscar a un sospechoso. Una huella, un rastro de ADN, incluso la forma de la coronilla de la cabeza…






 

LA ESPAÑA OCULTA: MISTERIOS Y LEYENDAS DESCONOCIDAS QUE QUITAN EL SUEÑO.

En este libro descubrirás una España oculta, insólita y desconocida, con lugares mágicos y con historias sorprendentes que no te dejarán indiferente

Cuenta una antigua leyenda del siglo XII que un mendigo profetizó la destrucción de un pueblo zamorano.

¿Es posible que en 1959 la profecía se hiciera realidad?

¿Es cierto que un español logró volar en una extraña máquina cien años antes de que lo hicieran los hermanos Wright?

¿Está el tesoro de Moctezuma enterrado en Cataluña?

En 1940, a altas horas de la madrugada, unos jóvenes boy scouts enterraron un objeto en las montañas de Sierra Espuña e hicieron un juramento. ¿Por qué?

Durante siglos la misteriosa isla de San Borondón estaba en los mapas, avistada por decenas de testigos e incluso fotografiada. ¿Por qué entonces nadie es capaz de encontrarla?

¿Por qué razón en un pueblo cántabro existe un río que aparece y desaparece?


Libros que Quizá Te Interesa.

Una emocionante historia de superación sobre la capacidad del ser humano para sanar y vencer la adversidad.

Eger tenía dieciséis años cuando los nazis invadieron su pueblo de Hungría y se la llevaron con el resto de su familia a Auschwitz. Al pisar el campo, sus padres fueron enviados a la cámara de gas y ella permaneció junto a su hermana, pendiente de una muerte segura. Pero bailar El Danubio azul para Mengele salvó su vida, y a partir de entonces empezó una nueva lucha por la supervivencia. Primero en los campos de exterminio, luego en la Checoslovaquia tomada por los comunistas y, finalmente, en Estados Unidos, donde acabaría convirtiéndose en discípula de Viktor Frankl. Fue en ese momento, tras décadas ocultando su pasado, cuando se dio cuenta de la necesidad de curar sus heridas, de hablar del horror que había vivido y de perdonar como camino a la sanación.

Su mensaje es claro: tenemos la capacidad de escapar de las prisiones que construimos en nuestras mentes y podemos elegir ser libres, sean cuales sean las circunstancias de nuestra vida.


«Este libro es un regalo para la humanidad. Una de esas historias únicas y eternas que nunca quieres terminar de leer y que te cambian la vida para siempre.» Desmond Tutu, premio Nobel de la Paz.


Los consejos de EDITH EGER, superviviente de Auschwitz, para ser feliz

LA CÁRCEL ESTÁ EN TU MENTE

LA LLAVE, EN TU MANO

Edith Eger, conocida como la bailarina de Auschwitz, nos describe cuáles son las 12 prisiones mentales en las que nos recluimos tras un episodio traumático, como el victimismo, la evasión, el abandono, la culpa o la vergüenza.

A lo largo de 12 breves capítulos, nos revela la sabiduría y los consejos prácticos fruto de su larga experiencia atendiendo pacientes en su consulta. A partir del sufrimiento ajeno y con el ejemplo siempre presente del largo proceso que la llevó a ella misma hasta la sanación tras escapar del Holocausto, la doctora Eger ofrece herramientas prácticas y profundas reflexiones sobre cómo vivir en libertad, cómo trascender el dolor y cómo sanar las heridas, por profundas que sean. En resumen, cómo escapar de nuestras propias prisiones mentales para disfrutar de la vida.

Los consejos de EDITH EGER, superviviente de Auschwitz, para ser feliz.



Sobre la autora: Edith Eger

Nacida en Hungría, Edith Eger era una adolescente cuando en 1944 padeció uno de los peores horrores que ha visto la historia de la humanidad. Sobrevivió a Auschwitz y huyó a Checoslovaquia para acabar finalmente en Estados Unidos. Allí se doctoró en Psicología y conoció a su mentor, Viktor Frankl, quien le mostró la necesidad de superar su trauma para alcanzar la felicidad. Es profesora en la Universidad de California y tiene su propia clínica en La Jolla, California. Fue la encargada de dar el discurso de homenaje a Viktor Frankl en su noventa aniversario, durante la celebración de la Conferencia Internacional de Logopedia. Su primer libro, La bailarina de Auschwitz, fue un bestseller internacional.



Bruno Hernández Vega, el ‘descuartizador de Majadahonda.



Clasificación: Asesino
Características: Trituró los cadáveres, aún no encontrados, en una picadora industrial de carne que tenía en el sótano de su casa
Número de víctimas: 2
Fecha del crimen: 2010 / 2015
Fecha de detención: 10 de abril de 2015
Fecha de nacimiento: 1984
Perfil de la víctima: Su tía Líria Hernández Hernández y su inquilina Adriana Beatriz Gioiosa Nassini, de 54 años
Lugar: Majadahonda, Madrid, España
Estado: Condenado a 27 años, tres meses y un día de prisión el 23 de octubre de 2017.
 
Bruno Hernández es conocido cómo el descuartizador de Majadahonda está acusado de asesinar a su tía y a una mujer argentina de 54 años, que era su inquilina.

La madre y novia del acusado han hablado de los trastornos que sufre Bruno, de que no se medica adecuadamente y no permanece en los centros psiquiátricos el tiempo que debería.

Bruno Hernández Vega pasará a la historia criminal como el descuartizador de Majadahonda. Primero mató a su tía, pasó su cuerpo por una picadora y fingió que se había marchado al pueblo. Tiempo después, hizo algo parecido con su compañera de piso.




domingo, 18 de agosto de 2019

El Sabor de las Margaritas.

Una serie que es mas que recomendada, si tenéis ocasión de verla, no perdáis la oportunidad.


'El sabor de las margaritas' es una serie producida para TVG, dirigida por Miguel Conde y protagonizada por María Mera, Nerea Barros, Ricardo de Barreiro, Tony Salgado y Miguel Ínsua que lo está petando en Reino Unido.



La serie es un thriller policial de seis episodios protagonizado por Rosa Vargas, una agente de la policía judicial con un turbio pasado que llega a un pequeño pueblo para investigar la desaparición de una joven conflictiva. Ni el pueblo ni las autoridades parecen preocuparse por el caso, aún así, contará con el apoyo de dos policías locales que le generarán numerosos conflictos. A medida que va descubriendo nuevos detalles, la trama se vuelve más oscura y empieza a sacar los innombrables secretos ocultos en uno de esos pueblos donde nunca pasa nada.

La serie, con la suficiente personalidad para ser apodada bajo el género "Galician-noir", ha ganado el premio a mejor Serie de Televisión de los Premios Mestre Mateo de la Academia Galega do Audiovisual y, desde el 29 de marzo está disponible en la plataforma Netflix, estando al alcance del espectador en más de 180 países.

El vídeo esta en gallego.( En Netflix aparece en Castellano )

jueves, 25 de julio de 2019

El misterio que envuelve a Bueno Latorre es similar al que rodea a otro criminal: Antonio Anglés,

Rafael Bueno huyó con otros dos presos de Alcalá-Meco, considerada de máxima seguridad, en abril de 1984. Desde entonces, la policía le sigue el rastro. Se le relaciona con varios asesinatos


El director de la cárcel madrileña de Alcalá-Meco, Carlos Parada, debió quedarse tan pasmado y sentirse tan impotente como el alcaide del penal de Alcatraz cuando el 20 de abril de 1984, Viernes Santo, fue informado de que Rafael Bueno Latorre, Antonio Álvarez Gallego y Antonio Retuerto González habían logrado evadirse. Un trío de ases que, a su manera, emularon la fuga que el 11 de junio de 1962 protagonizaron Frank Morris y otros dos reclusos, quienes, tras escapar por un boquete de la celda, dejaron sendas cabezas de yeso y pelo sobre la almohada de sus camas antes de cruzar la bahía de San Francisco. Los fugados de Alcalá-Meco habían encañonado con dos pistolas —en realidad, dos trozos de jabón pintados con tinta china— a varios funcionarios a los que quitaron sus uniformes, y salieron tranquilamente de la cárcel vestidos con ellos.

Bueno, Álvarez y Retuerto comenzaron la ejecución de su plan sobre las nueve de la noche. A esa hora, la mayoría de los reclusos del centro penitenciario de “máxima seguridad” —así los proclamaron los políticos de turno al inaugurarlo en 1982— mataban el tiempo antes de irse a dormir. Era Viernes Santo, un día festivo para todos menos para los tres fuguistas que en ese momento arrancaban de cuajo la taza del inodoro de la celda 47 del cuarto módulo de la prisión. Después, el trío se deslizó por la estrecha boca circular, descendió hasta una galería de servicio, y, tras serrar una rejilla de hierro, accedió al sótano donde estaban las llaves de paso del agua y los interruptores de luz de la prisión. Solo faltaba esperar.

A la misma hora, varios cómplices pusieron en marcha la segunda fase del plan. Entraron en una celda vacía del módulo número tres, rompieron un grifo y provocaron una inundación. Para atajarla, tres funcionarios corrieron hacia el sótano para cerrar las llaves de paso del agua. Allí les estaban esperando Bueno Latorre y sus dos compinches armados con un rudimentario punzón y lo que parecían ser dos pistolas Star de 9 milímetros largo.

Tras sorprender a los carceleros, los fugitivos los maniataron, los amordazaron y los despojaron de su uniforme, su placa de identificación y un manojo de llaves. Dos de ellos se vistieron las ropas de los funcionarios y el tercero se enfundó un mono de albañil. Después, abandonaron el sótano, salieron a un patio y caminaron con calma hacia el edificio donde están las cocinas generales. Y desde aquí, el campo... y la libertad. Álvarez y Retuerto ya se habían largado un año antes de la vieja prisión de Carabanchel utilizando un ardid similar. En aquella ocasión, escaparon intimidando a los funcionarios con pistolas de escayola pintadas de negro. En esta evasión de Alcalá-Meco, las armas fueron fabricadas con dos canteros de jabón.

Bueno, Álvarez y Retuerto sabían que no podían salir del recinto por la puerta principal porque la Guardia Civil identificaba a todo el que pasara por allí. Sin embargo, ellos conocían que las cocinas tenían una comunicación independiente con el exterior: una puerta desde la que los suministradores introducían los alimentos. Su ausencia se descubrió poco después, al hacerse el último recuento del día antes de que fueran apagadas las luces.

Carlos Parada, el director del penal, estaba aquel día libre de servicio. Cuando se enteró de la fuga por una llamada telefónica, su cara debió ser puro patetismo. El lema propagandístico de “prisión de máxima seguridad” que habían colgado al centro madrileño quedó hecho añicos. El propio Parada reconoció que ese día no funcionaba el sistema de rayos infrarrojos que vigilaba los sótanos —y que hacía saltar las alarmas— porque estaba estropeado y su reparación dependía de una empresa externa.

El complejo penitenciario de Alcalá-Meco, que costó 1.300 millones de pesetas, fue proyectado como el más seguro de España y uno de los de diseño más avanzado de Europa. Tenía sistemas de control y detección de movimientos mediante una red de sensores y detectores volumétricos y dos circuitos cerrados de televisión. Todos los edificios estaban construidos sobre una gran plancha de hormigón para hacer imposible la excavación de túneles y galerías. Un auténtico fortín del que teóricamente era imposible escapar. Hasta los grifos fueron escogidos de forma que no pudieran servir para fabricar objetos punzantes que pudieran convertirse en armas.

Tras la fuga, Bueno Latorre se separó de Retuerto y Álvarez, quienes viajaron a Alicante para esconderse durante unos días en un piso de una amiga. Retuerto, ya en solitario, se ocultó más tarde en diversos pisos de Fuenlabrada, Biarritz (Francia) y Madrid. En esta última ciudad, mientras vivía en una casa del barrio de la Concepción, fue localizado y capturado dos meses después de haberse evadido. Álvarez, que siguió su propio camino, corrió más tarde la misma suerte.

La escapada de Bueno Latorre fue para la policía un mazazo que desató su cólera. Porque la policía tenía aún muy fresco en su memoria la muerte de dos agentes acribillados a balazos por la banda de Bueno Latorre. Ocurrió el 12 de octubre de 1983 en el Hospital Provincial de Burgos, donde el peligroso delincuente había sido trasladado tras autolesionarse en la cárcel clavándose unas tijeras en el vientre.

Todo formaba parte de un plan perfectamente urdido: varios compinches le rescatarían aunque tuvieran que abrirse paso a tiros. Y así fue: dos colegas, disfrazados con batas de médico, asesinaron a Jesús Postigo Pérez y a Raúl Santamaría Alonso, dos de los tres policías nacionales que custodiaban a Bueno Latorre, y se apoderaron de sus armas. Una operación perfectamente orquestada, en la que intervino un comando integrado al menos por cuatro hombres y tres mujeres. Después de liberar a Bueno Latorre de los grilletes que le mantenían amarrado a la cama, el grupo huyó en tres coches hasta su refugio de Barcelona.

En vez de quedarse quieta, en espera de que se enfriase el asesinato de los dos agentes de Burgos, la banda de Bueno Latorre volvió a actuar apenas un mes después: secuestró a Manuel Andrés Sánchez Manzano y Eduardo Aldama de la Red por considerarlos soplones de la policía. Ambos fueron llevados a un descampado de San Fausto de Capcentellas (Barcelona), donde les dieron un pico y una pala. “Empezad a cavar”, les ordenaron. Cuando ya habían hecho un hoyo profundo, los dos secuestrados fueron asesinados a balazos y sepultados en el agujero. Un policía atribuye a Rafael Bueno Latorre una frase aterradora que, de ser cierta, revela una vesania fuera de lo común: “Enterradlos boca abajo. Por si todavía están vivos. Así, si escarban, que escarben para abajo”.

El rastro de sangre que este peligroso atracador y sus secuaces iban dejando a su paso hizo saltar todas las alarmas. Fue declarado enemigo público número 1 y toda la maquinaria policial tensó sus resortes para capturarle. Hasta que la Brigada Provincial de Policía Judicial de Barcelona le echó el guante el 25 de noviembre de 1983. Era la decimoséptima vez en su vida que era capturado.

Por eso, fuentes del Ministerio del Interior no tuvieron empacho en exteriorizar su indignación por la fuga de los tres reclusos de Alcalá-Meco, en particular por la de Rafael Bueno al que calificó de “delincuente sanguinario”. Pero es que, además, los dos reclusos que le habían acompañado en la audaz escapada de Alcalá-Meco tampoco eran unas monjitas de la caridad: en aquellas fechas, Antonio Álvarez había sido detenido ya en 21 ocasiones, mientras que Retuerto lo había sido 12 veces.

En 2010, la Dirección General de la Policía colgó en YouTube un vídeo en el que requería la colaboración ciudadana para localizar y detener a siete peligrosos delincuentes. Entre ellos, como número 1, destacaba Bueno Latorre, el hombre del que no tiene la menor pista desde 1984. Increíble, pero cierto.

Esta es la información que consta en ese vídeo: “Rafael Bueno Latorre. Delitos que se le imputan: asesinatos, robos con violencia e intimidación y quebrantamiento de condena. Lugar y fecha de nacimiento: Utrera (Sevilla), 26 de mayo de 1954. Características físicas: 170 centímetros de estatura, 75 kilos, ojos verdes oscuros, alopecia. Tatuada una pantera negra en la espalda y un hombre en el brazo derecho”.

Pese a que ha transcurrido ya más de un cuarto de siglo desde su fuga, la policía no ha dejado de buscarle ni un solo día. La sangre derramada por los agentes Jesús Postigo Pérez y Raúl Santamaría Alonso, los asesinados en el hospital de Burgos, sigue clamando justicia. Y sus compañeros no pueden hacer oídos sordos, ni dejar de buscar jamás al tipo al que responsabilizan de estar tras la muerte de ambos. Le buscan aunque ni siquiera tienen constancia de si está vivo o muerto.

Durante mucho tiempo, la policía ha vigilado discretamente a la familia barcelonesa de Bueno Latorre y ha realizado gestiones internacionales. Todo inútil para dar con el paradero, pero útil para mantener el caso vivo y evitar que prescriba y que los jueces le den carpetazo para siempre. A lo largo de este tiempo, ha habido rumores de que el famoso fugitivo ha muerto; pero a la vez también ha habido noticias de que estaba trabajando con hampones marselleses en la Costa Azul francesa. Nada de eso ha sido confirmado.

Pero la búsqueda continúa, aun sin saber qué aspecto pueda tener ahora este hombre. Dada la alopecia galopante que padecía cuando se escapó de la prisión de máxima seguridad, es muy probable que hoy esté completamente calvo.

“La trayectoria delincuencial de Bueno Latorre es una de las más importantes de España, no solo por la cantidad e importancia de los delitos que se le atribuyen, sino por la peligrosidad de este hombre”, aseguraba un informe del grupo antiatracos de Barcelona que aún le sigue el rastro. Un psiquiatra que le examinó unos pocos días antes de que se fugara para siempre le describía así: “Es un hombre con una inteligencia normal, tiene un pensamiento pobre de contenido, su capacidad de ideación está parcialmente bloqueada por sus escasos recursos y sufre una gran inestabilidad afectiva, con predominio de la depresión”. Y, sin embargo, ese tipo de “inteligencia normal” es una pesadilla, una espina clavada en el corazón de la policía.

La familia de Bueno Latorre había emigrado desde Sevilla a Santa Coloma de Gramenet (Barcelona) en busca de una vida mejor. El pequeño Rafael, desarraigado e indómito, nunca se adaptó a Cataluña. Primero empezó con los tirones de bolsos y otros robos de menor cuantía por los que a los 16 años dio con sus jóvenes huesos en el reformatorio de Wad-Ras. Allí pasó unos días, los necesarios hasta que se hizo con la situación, y huyó. Esa fue su primera fuga. Se convirtió en un perro callejero.

Con 18 años entró en la Modelo de Barcelona para cumplir una pena de un año. Al recobrar la libertad, se tiró de lleno al arroyo y pronto se hizo un hueco entre los atracadores más reputados de Cataluña y la Comunidad Valenciana.

Las fuerzas de seguridad acabaron echándole el guante. En 1978, se evadió de la cárcel madrileña de Carabanchel y así, a sus escasos 24 años, se doctoró en delincuencia con matrícula de honor. Cuatro meses después, la Guardia Civil volvió a apresarlo. Desde entonces, recorrió varios penales de España hasta que recaló en el de Burgos en mayo de 1982. Y lo que ocurrió a partir de ese momento ya es conocido: su sangrienta fuga del Hospital Provincial de Burgos en el otoño de 1983 y su posterior evasión —última y definitiva— de la cárcel de máxima seguridad de Alcalá-Meco durante la Semana Santa de 1984... y, hoy en día, no hay la menor pista de él, según admiten fuentes policiales.

El misterio que envuelve a Bueno Latorre es similar al que rodea a otro criminal: Antonio Anglés, presunto asesino y violador de Miriam García, Desiré Hernández y Antonia Gómez, las niñas de Alcàsser (Valencia) a las que secuestró junto con Miguel Ricart [hoy cumpliendo condena] la noche del 13 de noviembre de 1992. El triple asesinato fue un hachazo para la sociedad española. El Ministerio del Interior desplegó la mayor operación policial jamás vista para dar caza a un delincuente. Pero este logró eludir el cerco, huir a Portugal y embarcar de polizón en el mercante City of Plymouth. Cuando el barco atracó en Dublín, no había rastro de Anglés. Hasta hoy.





El crimen de Piedras Redondas

EL cuerpo sin vida de Montse Fajardo Cortés, de siete años de edad, fue descubierto la madrugada del 17 de marzo de 2002 en el barrio almeriense de Piedras Redondas dentro de una caja de cartón y con evidentes signos de violencia. El anterior precedente de otro abominable crimen con otra menor como victima, hay que situarlo a diciembre de 1987 fecha en que se produjo el crimen de la pequeño Estefanía Úbeda Simón en la barriada de Los Molinos.





Las crónicas de entonces cuentan que el 17 de marzo del año 2002 Montserrat Fajardo «fondona y alegre, como cualquier niña de siete años» -como se puede leer entre los testimonios de aquellos días- acudió al cumple de su primito Juan Carlos, pero no volvió nunca a casa. Tras seis horas de «angustiosa búsqueda» el barrio se encuentra de bruces con el horror.

En el interior de una caja de cartón a menos de 100 metros de su casa aparece el cadáver de Montserrat Fajardo bien entrada la madrugada. La proximidad del hallazgo y la condición de la niña no dejan lugar a dudas: había sido alguien del barrio, conocido o familiar. Alguien para quien había sido fácil cometer el crimen sin levantar sospechas entre unas calles en las que todos se tratan con familiaridad. La autopsia confirmaba al día siguiente la crueldad del crimen.

«A la niña le sellaron la boca con cinta adhesiva, maniataron pies y manos en una silla, apuñalaron -en 36 ocasiones- en varias partes de su cuerpo y posteriormente limpiaron en una bañera. No contentos con ello utilizaron algún tipo de disolvente para tratar de desfigurarle la cara. Posteriormente envuelta fue metida en una caja de cartón». Con este párrafo extraído de una de las crónicas publicadas por este periódico durante aquellos días de dolor, Isabel, harta de vivir instalada en el pasado, sale indemne así de enfrentarse de nuevo a los detalles.

Los culpables

«Aparece colgado de un árbol el tío de la niña asesinada en Los Almendros». El 20 de marzo de 2002 IDEAL titula así la información que abre el periódico con el que muchos almerienses toman el desayuno ese día. Han pasado apenas una horas desde la muerte de Montserrat Fajardo y mientras la impotencia comienza a ganarle la batalla a la conmoción inicial, una clase de alumnos de excursión por un paraje cercano al barrio se encuentran a un hombre ahorcado.

El relato da así un giro crucial y en mitad de la incertidumbre la cruda realidad vuelve a aparecer sin avisar. Tras la identificación del hombre el epicentro del mal parece claro: la vivienda 130 de la calle Sierra de Fondón. Su mujer y tía de la niña es detenida instantáneamente por la Policía en el tanatorio. Juana S. no sabía lo que acababa de hacer su marido, al que ya acusan de haber perpetrado el crimen y de haberse matado al abandonarse a la conciencia. Juana S. acompaña a los investigadores a su casa, de donde intervienen una silla, un barreño y ropa manchada de sangre. Aquel día acabó con la Policía en los calabozos. Nunca más ha vuelto a pisar la calle.

Con restos de ácido corrosivo en la mano que la inculpan aún más, tras muchas horas de arresto e interrogatorios durísimos la sospechosa delata a una tercera persona, a Engracia. S., la tía abuela de la niña, a la que también acaban acusando, al igual que su marido, de haber participado en el abyecto crimen. «La cosa se puso muy tensa en el barrio. La gente quería justicia y pensaba que la familia de la niña se la tomaría por su cuenta»



No pasó de ahí. A esas alturas los acusados permanecían en la cárcel esperando el juicio y en el barrio trataban de recuperarse de lo que había sido una sinrazón sin móvil aparente. «La Policía, que se quedó varios días en el barrio para evitar incidentes, acabó por abandonar cuando se apaciguaron los ánimos. La 130 fue precintada y olvidada»