jueves, 25 de julio de 2019

El crimen de Piedras Redondas

EL cuerpo sin vida de Montse Fajardo Cortés, de siete años de edad, fue descubierto la madrugada del 17 de marzo de 2002 en el barrio almeriense de Piedras Redondas dentro de una caja de cartón y con evidentes signos de violencia. El anterior precedente de otro abominable crimen con otra menor como victima, hay que situarlo a diciembre de 1987 fecha en que se produjo el crimen de la pequeño Estefanía Úbeda Simón en la barriada de Los Molinos.





Las crónicas de entonces cuentan que el 17 de marzo del año 2002 Montserrat Fajardo «fondona y alegre, como cualquier niña de siete años» -como se puede leer entre los testimonios de aquellos días- acudió al cumple de su primito Juan Carlos, pero no volvió nunca a casa. Tras seis horas de «angustiosa búsqueda» el barrio se encuentra de bruces con el horror.

En el interior de una caja de cartón a menos de 100 metros de su casa aparece el cadáver de Montserrat Fajardo bien entrada la madrugada. La proximidad del hallazgo y la condición de la niña no dejan lugar a dudas: había sido alguien del barrio, conocido o familiar. Alguien para quien había sido fácil cometer el crimen sin levantar sospechas entre unas calles en las que todos se tratan con familiaridad. La autopsia confirmaba al día siguiente la crueldad del crimen.

«A la niña le sellaron la boca con cinta adhesiva, maniataron pies y manos en una silla, apuñalaron -en 36 ocasiones- en varias partes de su cuerpo y posteriormente limpiaron en una bañera. No contentos con ello utilizaron algún tipo de disolvente para tratar de desfigurarle la cara. Posteriormente envuelta fue metida en una caja de cartón». Con este párrafo extraído de una de las crónicas publicadas por este periódico durante aquellos días de dolor, Isabel, harta de vivir instalada en el pasado, sale indemne así de enfrentarse de nuevo a los detalles.

Los culpables

«Aparece colgado de un árbol el tío de la niña asesinada en Los Almendros». El 20 de marzo de 2002 IDEAL titula así la información que abre el periódico con el que muchos almerienses toman el desayuno ese día. Han pasado apenas una horas desde la muerte de Montserrat Fajardo y mientras la impotencia comienza a ganarle la batalla a la conmoción inicial, una clase de alumnos de excursión por un paraje cercano al barrio se encuentran a un hombre ahorcado.

El relato da así un giro crucial y en mitad de la incertidumbre la cruda realidad vuelve a aparecer sin avisar. Tras la identificación del hombre el epicentro del mal parece claro: la vivienda 130 de la calle Sierra de Fondón. Su mujer y tía de la niña es detenida instantáneamente por la Policía en el tanatorio. Juana S. no sabía lo que acababa de hacer su marido, al que ya acusan de haber perpetrado el crimen y de haberse matado al abandonarse a la conciencia. Juana S. acompaña a los investigadores a su casa, de donde intervienen una silla, un barreño y ropa manchada de sangre. Aquel día acabó con la Policía en los calabozos. Nunca más ha vuelto a pisar la calle.

Con restos de ácido corrosivo en la mano que la inculpan aún más, tras muchas horas de arresto e interrogatorios durísimos la sospechosa delata a una tercera persona, a Engracia. S., la tía abuela de la niña, a la que también acaban acusando, al igual que su marido, de haber participado en el abyecto crimen. «La cosa se puso muy tensa en el barrio. La gente quería justicia y pensaba que la familia de la niña se la tomaría por su cuenta»



No pasó de ahí. A esas alturas los acusados permanecían en la cárcel esperando el juicio y en el barrio trataban de recuperarse de lo que había sido una sinrazón sin móvil aparente. «La Policía, que se quedó varios días en el barrio para evitar incidentes, acabó por abandonar cuando se apaciguaron los ánimos. La 130 fue precintada y olvidada»

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